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América latina periferias urbanas, territorios en resistencia Raúl Zibechi

Por: Tipo de material: TextoTextoIdioma: Español Series Pensadores latinoamericanosAnalíticas: Mostrar analíticasDetalles de publicación: Bogotá Ediciones Desde Abajo 2008Edición: 1a edDescripción: 249 p 21 cmISBN:
  • 9789588093987
Tema(s): Clasificación CDD:
  • 21 303.484 Z413a
Contenidos incompletos:
Introducción ; Las barriadas de América Latina: territorios de la esperanza ; Haciendo ciudad ; Movimientos sociales y nuevas territoriales ; A manera de síntesis
Revisión: En los últimos meses tuve la posibilidad de visitar a Colombia en varias oportunidades, gracias a las invitaciones que me extendieron la Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca y el colectivo editorial Desde Abajo. Las visitas me permitieron conocer algunas experiencias notables, como la del pueblo nasa en los cabildos rurales y urbanos del Cauca, y la de sectores populares de Ciudad Bolívar, en Bogotá. En esos lugares pude compartir con los actores sobre los modos y formas de construir sus vidas cotidianas, y luego ampliar lo allí convivido a través de abundante bibliografía. Ambas experiencias me reafirmaron en la convicción de que en América Latina, al calor de las resistencias de los de abajo, se han ido conformando “territorios otros”, diferentes de los del capital y las multinacionales, que nacen, crecen y se expanden en múltiples espacios de nuestras sociedades. Puede objetarse, con razón, que los territorios que construyen los movimientos indígenas en áreas donde habitan desde hace siglos no pueden compararse con las experiencias urbanas de los sectores populares. Las diferencias entre unos y otros son inocultables, empezando por el reconocimiento constitucional o legal que tienen algunos resguardos y territorios de los pueblos originarios, hasta el simple hecho de que la presencia estatal en esos lugares es débil, lo que facilita la existencia de formas de vida heterogéneas. Las experiencias educativas, ancladas en la educación bilingüe, y los cuidados de la salud con base en los saberes ancestrales, la renovación y reconocimiento de la justicia comunitaria y de formas de poder apoyadas en las tradiciones comunitarias, pueden servir para confirmar las inexorables diferencias entre el mundo rural indígena y el urbano popular. Es enteramente cierto que entre los indios de nuestro continente sobreviven y se han recreado tradiciones diferentes de las que vemos en los sectores populares urbanos, entre ellas, y de forma destacada, la lengua propia. Pero no es menos cierto que los sectores populares son portadores de relaciones sociales también diferentes de las hegemónicas, aunque no asimilables a las de los indígenas. Pero no es mediante estudios de carácter antropológico o sociológico como podemos desentrañar el carácter de esas diferencias. Los pueblos, sus culturas y cosmovisiones, no pueden ser comprendidos desde metodologías de carácter ‘científico’, o sea, sólo a través de estudios cuantitativos y estructurales. No se trata de medir las diferencias sino de comprenderlas en su despliegue y su visibilización, de los rastros y realizaciones concretas que van dejando estelas y huellas, materiales y símbolos. Estoy firmemente convencido, como sugiere James Scott1, de que los de abajo tienen proyectos estratégicos que no formulan de modo explícito, o por lo menos no lo hacen en los códigos y modos practicados por la sociedad hegemónica. Detectar estos proyectos supone básicamente combinar una mirada de larga duración, con énfasis en los procesos subterráneos, en las formas de resistencia de escasa visibilidad pero que anticipan el mundo nuevo que los de abajo entretejen en la penumbra de su cotidianeidad. Esto requiere una mirada capaz de posarse en las pequeñas acciones, con la misma rigurosidad y el interés que exigen las acciones más visibles, aquellas que suelen “hacer historia”. De larga duración porque sólo en ella se despliega el proyecto estratégico de los de abajo, no como programa definido y delimitado sino a través de grandes trazos que apuntan en una dirección determinada. Esa dirección, en América Latina, nos habla de creación de territorios, rasgo diferencial de los movimientos sociales y políticos respecto a lo que sucede en otras latitudes. En paralelo, en la larga duración se desdoblan los pliegues internos –claves para comprender los proyectos de nuestros pueblos– que le resultan invisibles al observador externo por las coberturas exteriores y superficiales que los ocultan. Aunque los territorios de los movimientos abren nuevas posibilidades para el cambio social, no representan, empero, garantía alguna de transformación liberadora. En la periferia urbana de Ciudad Bolívar, por poner apenas un ejemplo, he visto territorios de la complejidad y la diversidad, de la construcción de relaciones sociales horizontales y emancipatorias en que se registran formas de vida heterogéneas, junto a territorios donde la dominación reviste las vulgares formas de la militarización vertical y excluyente. Transitar de un barrio a otro, cruzando apenas una avenida, puede representar un cambio brusco entre la dominación y la esperanza. Como toda creación emancipatoria, los territorios urbanos están sometidos al desgaste ineludible del mercado capitalista, la competencia destructiva de la cultura dominante, la violencia, el machismo, el consumo masivo y el individualismo, entre otros factores. Los territorios de los sectores populares urbanos –a los que está en gran parte dedicado este libro– nacieron y buscan crecer en el núcleo más duro de la dominación del capital, en las grandes ciudades que son sede natural de las viejas y las nuevas formas de control social, que contribuyen a lubricar la acumulación de capital. En efecto, sea por vía represiva, sea por la interiorización de la cultura neoliberal, estos emprendimientos han estado acosados desde cuando nacieron, hace más o menos cuatro décadas, en todas las periferias urbanas de este continente. Con el tiempo, aprendieron a sortear este conjunto de adversidades, como enseña la breve historia de Potosí-La Isla, en Ciudad Bolívar. La construcción de barrios populares en las ciudades es “la prolongación de la lucha por la tierra que por décadas ha cubierto el campo de nuestro país, expresada en la urbe en forma de lucha por la vivienda”, como sostiene un trabajo acerca de la experiencia. Este es, por cierto, uno de los nexos entre las luchas rurales y las urbanas, que nos permiten hablar de un proceso más global, de una lucha no parcelada ni segmentada que parece apuntar en una misma dirección. "Raúl Zibechi"
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Tipo de ítem Biblioteca actual Colección Signatura topográfica Copia número Estado Fecha de vencimiento Código de barras
Libro Colección General Central Bogotá Sala General Colección General 303.484 Z413a (Navegar estantería(Abre debajo)) 1 Disponible 0000000089804
Libro Colección General Central Bogotá Sala General Colección General 303.484 Z413a (Navegar estantería(Abre debajo)) 2 Disponible 0000000090164

Incluye referencias bibliográficas e índice

Introducción ; Las barriadas de América Latina: territorios de la esperanza ; Haciendo ciudad ; Movimientos sociales y nuevas territoriales ; A manera de síntesis

En los últimos meses tuve la posibilidad de visitar a Colombia en varias oportunidades, gracias a las invitaciones que me extendieron la Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca y el colectivo editorial Desde Abajo. Las visitas me permitieron conocer algunas experiencias notables, como la del pueblo nasa en los cabildos rurales y urbanos del Cauca, y la de sectores populares de Ciudad Bolívar, en Bogotá. En esos lugares pude compartir con los actores sobre los modos y formas de construir sus vidas cotidianas, y luego ampliar lo allí convivido a través de abundante bibliografía. Ambas experiencias me reafirmaron en la convicción de que en América Latina, al calor de las resistencias de los de abajo, se han ido conformando “territorios otros”, diferentes de los del capital y las multinacionales, que nacen, crecen y se expanden en múltiples espacios de nuestras sociedades. Puede objetarse, con razón, que los territorios que construyen los movimientos indígenas en áreas donde habitan desde hace siglos no pueden compararse con las experiencias urbanas de los sectores populares. Las diferencias entre unos y otros son inocultables, empezando por el reconocimiento constitucional o legal que tienen algunos resguardos y territorios de los pueblos originarios, hasta el simple hecho de que la presencia estatal en esos lugares es débil, lo que facilita la existencia de formas de vida heterogéneas. Las experiencias educativas, ancladas en la educación bilingüe, y los cuidados de la salud con base en los saberes ancestrales, la renovación y reconocimiento de la justicia comunitaria y de formas de poder apoyadas en las tradiciones comunitarias, pueden servir para confirmar las inexorables diferencias entre el mundo rural indígena y el urbano popular. Es enteramente cierto que entre los indios de nuestro continente sobreviven y se han recreado tradiciones diferentes de las que vemos en los sectores populares urbanos, entre ellas, y de forma destacada, la lengua propia. Pero no es menos cierto que los sectores populares son portadores de relaciones sociales también diferentes de las hegemónicas, aunque no asimilables a las de los indígenas. Pero no es mediante estudios de carácter antropológico o sociológico como podemos desentrañar el carácter de esas diferencias. Los pueblos, sus culturas y cosmovisiones, no pueden ser comprendidos desde metodologías de carácter ‘científico’, o sea, sólo a través de estudios cuantitativos y estructurales. No se trata de medir las diferencias sino de comprenderlas en su despliegue y su visibilización, de los rastros y realizaciones concretas que van dejando estelas y huellas, materiales y símbolos. Estoy firmemente convencido, como sugiere James Scott1, de que los de abajo tienen proyectos estratégicos que no formulan de modo explícito, o por lo menos no lo hacen en los códigos y modos practicados por la sociedad hegemónica. Detectar estos proyectos supone básicamente combinar una mirada de larga duración, con énfasis en los procesos subterráneos, en las formas de resistencia de escasa visibilidad pero que anticipan el mundo nuevo que los de abajo entretejen en la penumbra de su cotidianeidad. Esto requiere una mirada capaz de posarse en las pequeñas acciones, con la misma rigurosidad y el interés que exigen las acciones más visibles, aquellas que suelen “hacer historia”. De larga duración porque sólo en ella se despliega el proyecto estratégico de los de abajo, no como programa definido y delimitado sino a través de grandes trazos que apuntan en una dirección determinada. Esa dirección, en América Latina, nos habla de creación de territorios, rasgo diferencial de los movimientos sociales y políticos respecto a lo que sucede en otras latitudes. En paralelo, en la larga duración se desdoblan los pliegues internos –claves para comprender los proyectos de nuestros pueblos– que le resultan invisibles al observador externo por las coberturas exteriores y superficiales que los ocultan. Aunque los territorios de los movimientos abren nuevas posibilidades para el cambio social, no representan, empero, garantía alguna de transformación liberadora. En la periferia urbana de Ciudad Bolívar, por poner apenas un ejemplo, he visto territorios de la complejidad y la diversidad, de la construcción de relaciones sociales horizontales y emancipatorias en que se registran formas de vida heterogéneas, junto a territorios donde la dominación reviste las vulgares formas de la militarización vertical y excluyente. Transitar de un barrio a otro, cruzando apenas una avenida, puede representar un cambio brusco entre la dominación y la esperanza. Como toda creación emancipatoria, los territorios urbanos están sometidos al desgaste ineludible del mercado capitalista, la competencia destructiva de la cultura dominante, la violencia, el machismo, el consumo masivo y el individualismo, entre otros factores. Los territorios de los sectores populares urbanos –a los que está en gran parte dedicado este libro– nacieron y buscan crecer en el núcleo más duro de la dominación del capital, en las grandes ciudades que son sede natural de las viejas y las nuevas formas de control social, que contribuyen a lubricar la acumulación de capital. En efecto, sea por vía represiva, sea por la interiorización de la cultura neoliberal, estos emprendimientos han estado acosados desde cuando nacieron, hace más o menos cuatro décadas, en todas las periferias urbanas de este continente. Con el tiempo, aprendieron a sortear este conjunto de adversidades, como enseña la breve historia de Potosí-La Isla, en Ciudad Bolívar. La construcción de barrios populares en las ciudades es “la prolongación de la lucha por la tierra que por décadas ha cubierto el campo de nuestro país, expresada en la urbe en forma de lucha por la vivienda”, como sostiene un trabajo acerca de la experiencia. Este es, por cierto, uno de los nexos entre las luchas rurales y las urbanas, que nos permiten hablar de un proceso más global, de una lucha no parcelada ni segmentada que parece apuntar en una misma dirección. "Raúl Zibechi"

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