Hay dos formas de concebir —o de combinar— la situación. En ambas, se oyen golpes en alguna puerta. Golpes quedos. En ambas, alguien abre con sigilo. Pero en una es el cuento —género modesto según se cree— el que ha tocado a las puertas del escritor joven, con la intención de erigirse en avanzadilla de una literatura que ya dará su medida. En la otra, es el escritor —todavía joven, todavía muy desvalido— el que ha tocado a las puertas del cuento, para filtrarse por allí hacia el que algún día será más arduo, ambicioso, complejo orbe de su obra literaria. El autor quiere dejar a sus lectores las posibles tramas y subtramas—subterráneos y respiraderos— y, por supuesto, ciertos prejuicios falaces y antipáticos en su origen, fundados siempre en premisas irreflexivas, como los de creer en la menor complejidad, en la facilidad del cuento.