El eje de este libro es la vida de un ingenioso productor de cine, Lester Brown, que cambia de identidad como otros cambian de camisa. Quizás ese extraño hábito sea la herencia de una esquizofrenia familiar. Quizás puro instinto de conservación. Gracias a su metamorfosis incansable sobrevive a la cacería macartista de los años cuarenta y cincuenta, a las revoluciones a medias de los sesenta y a las trampas de los pulpos que se apoderan de Hollywood en los ochenta. Pero no se salva de morir con un tiro en la cabeza en noviembre de 1993.
Un neurasténico detective jubilado, Mark Redfield, recoge los hilos dispersos que corroboran, aparentemente, su teoría del crimen. Ante su compañero de viaje, un narrador que hace lo que puede para permanecer invisible, declaran luminarias como Martin Scorsese, Clint Eastwood, Woody Allen, Meter Bogdanovich, Raymond Chandler o Pauline Kael, que le dan a la trama —una biografía que lucha por no volverse una novela— un grado tan enorme de verosimilitud como de ensoñación. Estamos, también, ante una radiografía sobre esa fascinante y monstruosa maquinaria de hacer películas que es Hollywood. El autor, crítico de cine en las mañanas, escritor de ficciones cuando nadie está mirando, ha ensamblado, a la manera de un montaje cinematográfico, un vasto fresco sobre los geniales pero igualmente perversos caminos del cine estadounidense. Echando mano de atractivos recursos narrativos, a medio camino entre el documental y el folletín del siglo XIX, ha llevado incluso su audaz creatividad hasta rescatar, él mismo, fotografías y afiches que prueban la autenticidad de la historia de Brown