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Los funerales de la Mamá Grande Gabriel García Márquez ; edición María del Pilar Londoño Salcedo

Por: Colaborador(es): Tipo de material: TextoTextoSeries Para todosDetalles de publicación: Bogotá Norma 2012Edición: 1a edDescripción: 113 páginas 21 cmISBN:
  • 9789588774022
Tema(s): Clasificación CDD:
  • Co863.42 G172f1 21
Contenidos:
La siesta del martes ; Un día de estos ; En este pueblo no hay ladrones ; La prodigiosa tarde de Baltazar ; La viuda de Montiel ; Un día después del sábado ; Rosas artificiales ; Los funerales de la Mamá Grande
Revisión: "Hace catorce semanas, después de interminables noches de cataplasmas, sinapismos y ventosas, demolida por la delirante agonía, la Mamá Grande ordenó que la sentaran en su viejo mecedor de bejuco para expresar su última voluntad. Era el único requisito que le hacía falta para morir. Aquella mañana, por intermedio del padre Antonio Isabel, había arreglado los negocios de su alma, y sólo le faltaba arreglar los de sus arcas con los nueve sobrinos, sus herederos universales, que velaban en torno al lecho. El párroco, hablando solo y a punto de cumplir cien años, permanecía en el cuarto. Se habían necesitado diez hombres para subirlo hasta la alcoba de la Mamá Grande, y se había decidido que allí permaneciera para no tener que bajarlo y volverlo a subir en el minuto final"
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Tipo de ítem Biblioteca actual Colección Signatura topográfica Copia número Estado Fecha de vencimiento Código de barras
Literatura Central Bogotá Sala General Colección Literatura Co863.42 G172f1 (Navegar estantería(Abre debajo)) 1 Disponible 0000000131162

La siesta del martes ; Un día de estos ; En este pueblo no hay ladrones ; La prodigiosa tarde de Baltazar ; La viuda de Montiel ; Un día después del sábado ; Rosas artificiales ; Los funerales de la Mamá Grande

"Hace catorce semanas, después de interminables noches de cataplasmas, sinapismos y ventosas, demolida por la delirante agonía, la Mamá Grande ordenó que la sentaran en su viejo mecedor de bejuco para expresar su última voluntad. Era el único requisito que le hacía falta para morir. Aquella mañana, por intermedio del padre Antonio Isabel, había arreglado los negocios de su alma, y sólo le faltaba arreglar los de sus arcas con los nueve sobrinos, sus herederos universales, que velaban en torno al lecho. El párroco, hablando solo y a punto de cumplir cien años, permanecía en el cuarto. Se habían necesitado diez hombres para subirlo hasta la alcoba de la Mamá Grande, y se había decidido que allí permaneciera para no tener que bajarlo y volverlo a subir en el minuto final"

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